Sísifo baja la pendiente de la montaña por millonésima vez; pero, a diferencia de Prometeo, Camus lo imagina feliz.
¿En qué estriba la diferencia entre estos dos héroes trágicos? La respuesta parece simple y terrible a la vez. Uno tiene esperanzas; el otro, ninguna.
De aquí podemos asumir que el grado de esperanza es inversamente proporcional al grado de dolor.
Prometeo sufre porque tiene la esperanza de verse liberado en algún momento de ese dolor; espera a aquél que lo libere. De ahí precisamente mana su dolor, de la esperanza; es decir, de imaginar un futuro momento de gozo: de menos dolor. Con la esperanza, el dolor cobra sentido, se vuelve más incisivo, más profundo, pues se vislumbra su opuesto, el paliativo, la cura. Cura que se vuelve la meta; y paradójicamente, la finalidad misma del dolor.
Sísifo se sabe perdido, sin esperanza; es decir, sin el opuesto al dolor. De ahí que el dolor se difumine. El dolor pierde su propia dimensión dolorosa. No hay para él un héroe libertario a su sufrir; sólo está él y su roca. Sin la insidiosa esperanza, su castigo se vuelve su compañero, se vuelve parte de él, de su rostro; no se distingue ya en qué momento su rostro se petrifica y en qué momento la piedra se humaniza.
Él es Sísifo, el auténtico vencedor de los dioses, que le tienen sin cuidado, pues no los ofende, ni los sepulta para después ir a rezarles al pie de su tumba: simplemente les dice adiós. De ahí que los haya vencido, pues, ¿cómo imaginar a los dioses sin seres inferiores que les rindan culto, que les teman y que mediante ese temor piensen que les une un lazo de amor? No distingo claramente cómo del temor surge el amor; es posible (incluso muy fácil) imaginar a los dioses con enemigos que les dictaminen muerte, como si de un juicio sumario se tratara; es fácil imaginarlos con fieles que ofrendan su vida por ellos, pero, ¿cómo imaginar a Dios de pie frente a la indiferencia?
(Juvenal Vargas Muñoz)
¿hay algo más terrible que el trabajo inútil y sin esperanza?

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