¿Recuerdas cuando de pequeña jugabas al escondite? Ahí detrás de la puerta se mezclaba el temor a ser descubierta, la excitación de que sí, de que no me ha visto, y la impaciencia porque te descubran y para eso y si el “buscador” era del género atolondrado, para evitar el ignoramiento, ahora dabas pequeños golpecitos, ahora contenías la respiración, risas ahogadas… para que te acabaran descubriendo y que de una vez acabe todo, y así volver a empezar…
Esto de cerrar puertas a relaciones amorosas provoca una excitación / desesperación que me recuerda aquellas situaciones.
Si te empeñas en cerrar la puerta a una relación haciendo fuerza para que no entre, en el fondo estás impaciente porque eso suceda, porque para eso estas preparando qué dirás, que replicarás o que omitirás cuando se dé la circunstancia del reencuentro. Porque se dará. O eso al menos esperas (aunque lo niegues, sabes que es así). Agotador. Y al final acabamos saliendo aceleradas gritando: Qué pasa, que yo no juego? No ves que te estoy esperando detrás de la puerta?
Mira esto que he encontrado. Da risa, a qué si?
No caigas en mi error de hace un par de años, de quedarte quieta y barbechando, porque en este ensayo/error al que algunos llaman vida, el barbecho me demostró que no hace sino cultivar carencias, y al final, acaba germinando la semilla de cualquier hijo de puta (autodenominación) que se desintegra entre vómitos de insultos y amenazas. No funciona, créeme.
Que no es que ande sentando cátedra, ya me conoces, es que es así como yo lo veo y ya sabes que necesito verbalizarlo para sacarlo,decírtelo a ti, para oirme yo, ponerlo en orden, pasar la mopa y dejarlo reluciente.
Te quiero mucho
Te quiero mucho
No hay comentarios:
Publicar un comentario